Mucho se ha hablado de las aguas cristalinas de Croacia, de su mar y de sus islas inmersas en una exuberante vegetación mediterránea. Son reconocimientos sin duda merecidos, pero a los que es imprescindible añadir la inmensa belleza de sus parques naturales y zonas montañosas. Croacia alberga 447 zonas protegidas entre las que se cuentan ocho parques nacionales, cada uno con su particular idiosincrasia. Nosotros nos centraremos en algunos de los más bellos.
Risnjak, hogar para los linces
El Parque Nacional de Risnjak se encuentra a escasos 15 kilómetros de la ciudad costera de Rijeka y lo atraviesa el río Kupa. Sus rocas cársticas y la piedra caliza de sus tierras le permiten albergar una flora y fauna muy heterogénea. De sus variopintos habitantes, los linces son los reyes. Hubo una época en la que fueron casi exterminados, pero, cuando se les daba ya por casi desaparecidos, hicieron gala de sus dotes para la supervivencia al límite y volvieron al bosque en el que hoy cohabitan con el oso pardo, la marta, el lirón, los ciervos, los zorros y las más diversas especies de mariposas y pájaros.Entre las zonas más visitadas de Risnjak está el pico de Veliki Risnjak, en lo alto del albergue de montaña «La cabaña de Schlosser». Hay numerosas rutas para recorrer el parque, para todos los gustos y edades. Hay caminos fáciles, entre umbríos bosques cubiertos por hayas y enebros alfombrados de helechos entre los que asoman tentadoras setas, pero cuidado: cuánto más llamativas, más peligrosas… Hay rutas escarpadas que premian su recorrido con una vista espectacular. Y hay amplias praderas donde los caballos pastan a su antojo. Hay también rincones propios de cuentos de hadas junto al río Kupa, de aguas esmeralda y mágica vegetación a las que se accede desde los pueblos de Kupari o de Razloge, ambas localidades de montaña con casas de picudos tejados de madera, muy apropiados para la nieve.Estas son tierras madereras.Los troncos yacen a los bordes de la carretera, apilados para leña en las granjas, o listos para ser aserrados. Tras recorrer la curvilínea carretera que bordea el río regalando la vista en cada recodo, se llega a un molino de agua con su aserradero, enclavado en una pradera y rodeado de montes boscosos. Las calabazas y flores secas del otoño alrededor de la casa provocan una languidez subrayada por un cielo cubierto de nubes cenicientas. La naturaleza anuncia con nostalgia el desvanecimiento de la estación estival. El molinero se prepara para el ritual de la laminación de los troncos. En el molino los árboles derribados esperan perfectamente ordenados a que la guillotina que mueve el agua del molino caiga sobre el sólido cono para seccionarlo.Cae la tarde y arrecia el viento. En el albergue humea una suculenta sopa de setas que, acompañada de un vasito del aguardiente nacional, el rakia, devuelve los colores al más desvaído. En la atmósfera acogedora de la casa, paredes de madera, luces cálidas y el bosque asomándose a la ventana, nos sentimos como los más privilegiados viajeros.La cordillera de Velebit
Nuestro siguiente objetivo es Velebit. Su naturaleza salvaje se extiende en dos parques nacionales: el de Velebit Septentrional y el de Paklenica. Cuando llegamos al hotel rural de Grazno, en Krasno, a los pies de Velebit Septentrional, la cálida acogida que nos dispensan los dueños del hostal se sella brindando con un aguardiente de hierbas de muérdago, acompañado por el son de los truenos y la estrepitosa lluvia que cae a borbotones. Es la hora de cenar: sopa de pollo y una fuente repleta de carnes variadas que tienen como colofón los deliciosos crepes de ciruelas. El amanecer del día siguiente es radiante. Los tenues rayos, ya casi invernales, matizan los tonos otoñales de los árboles. Irena, nuestra guía, siempre sonriente, conduce el todoterreno por las escarpadas carreteras en las que cambiamos de estación a medida que ascendemos y pasamos del otoño al invierno en cuestión de minutos. Los montañistas rinden culto a esta zona de Velebit, que les ofrece las curiosas formaciones cársticas de Hajducki i Rozanski kukovi, incluida la fosa de Lukina que se abre a una altura de 1.475 metros.
En los días claros, sin nieblas ni brumas, a través de uno de los senderos más bellos de Croacia, el trazado por el ingeniero Premuzic, se observan las islas de Kvaner y, si se agudiza, la vista, podríamos contemplar las costas de Italia.El vehículo sigue subiendo hacia la cima de Zavizan, donde visitamos al meteorólogo, que es toda una institución en Velebit. Vive allí todo el año, se conoce el parque al dedillo, lo estudia, lo lee y tanto lo ama, que hasta en los duros meses del invierno consiente en quedarse aislado del mundo, bloqueado por la nieve, hasta que la primavera lo libera de su enclaustramiento voluntario. Las verdes hojas de las laderas del parque se han teñido de tonos anaranjados y rojizos. Irena habla sobre sus habitantes, zorros, lobos, murciélagos, pájaros… de repente su voz languidece al observar al oso pardo, el rey de estos bosques, que pasa ante nosotros a tal velocidad que casi parece una sombra de sí mismo.La otra cara de Velebit
Tras la visita a la parte norte de Velebit con sus bosques nórdicos repletos de pinos, hayas y robles y sus vistas únicas a las islas, llega el momento de contemplar la otra cara del parque: Paklenica, con sus rocas grises y cañones fantasmagóricos, manantiales -algunos de agua potable-, cuevas y sus magníficos retos para escaladores y senderistas de todos los gustos y edades.
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