Aceptarse y gustarse, sin pretender ser alguien distinto de quien se es, significa haber alcanzado un saludable estado de equilibrio y bienestar. Tal conquista interior implica poseer ese grado de autoestima en el que uno es capaz de reconocer sus carencias y aceptarlas.Entendemos por autoestima la valoración que, de forma consciente e inconsciente, tenemos de nosotros mismos. ¿Cómo y cuándo se forma ese juicio? ¿Podemos hacer algo para transformarla si estamos escasos de ella? "Porque tú lo vales", decía un anuncio de televisión en el que una actriz de rostro y pelo maravillosos anunciaba un producto de belleza. Laura la miraba y pensaba que era así de guapa porque, además de usar aquellos cosméticos, estaba satisfecha de sí misma. "Es lo mismo que me pasa a mí, que estoy contenta conmigo. ¿Por qué puedo ahora valorarme y antes no?", se dijo.La relación con los padresLaura, que tiene 32 años, acaba de finalizar con éxito una psicoterapia. Pero no ha olvidado su situación anterior, cuyos pormenores le vienen a la memoria al escuchar el anuncio. Recordó lo que se esforzaba en complacer a su familia, a los hombres, a su jefe. Ponía tal empeño en no decepcionar a nadie que al final siempre obtenía el resultado inverso. Y cuando se producía la decepción, los otros la hacían sentirse como una inútil. Entonces perdía la noción de quién era, de sus necesidades y de lo que valía. Así, hasta que cayó en una depresión.Fue en la terapia donde hizo consciente aquel deseo patológico de no decepcionar a los que la rodeaban. También allí, aprendió a comprender que podía cometer errores sin que ello significara que fuera una inútil, a aceptar sus límites, a respetarlos y a obligar a los otros a que también lo hicieran.Conquistó esta situación cuando rompió los vínculos con un conflicto emocional remoto, del que ni siquiera había sido consciente, ligado a su vida familiar. Laura siempre había intentado, sin conseguirlo, ser para su padre tan valiosa como su hermano. "Pero eso ya no importa ?se dice?, he aceptado que entre los límites de mi padre estaba su incapacidad para apoyarme. Ahora lo hago yo misma, porque he aprendido a mirarme de forma distinta a como él lo hacía".Laura se preguntaba si las chicas tenían más dificultades para gustarse que los chicos. Lo cierto es que las mujeres tienen más necesidad de reafirmación porque en la infancia cambian de objeto de amor. Aman primero a su madre, pero luego, hacia los tres o cuatro años, se vuelven hacia el padre, en cuya mirada buscan una valoración que no siempre encuentran. En tal caso, la niña regresa de nuevo a su madre, pero con la autoestima herida. El ambiente emocional de la infancia es determinante para los afectos futuros. Por eso, es muy importante la relación que los padres tienen consigo mismos y entre ellos. Si detrás de una mujer feliz, dichosa de su feminidad y dotada de un alto grado de autoestima, encontramos a un padre que supo valorarla y que la respetó, además de una madre que ha disfrutado de su condición femenina, no es una casualidad. Pero, no sólo los padres intervienen en el proceso de formación de la autoestima. También hay que tener en cuenta factores de orden social y cultural del entorno. Gran parte de todas estas influencias actúan sobre nosotros de manera inconsciente.Todos tenemos una imagen ideal de nosotros mismos que ignoramos cómo se ha formado. A cada uno le toca encontrar el punto medio entre esa imagen, con frecuencia inalcanzable, y lo que podemos o deseamos hacer. Cuando ello proceda, tenemos que autorizarnos a ser diferentes del proyecto que nuestros padres y la sociedad han pensado para nosotros. No hay proyecto mejor que el de acomodarse a uno mismo, con las gracias y las desgracias que la naturaleza o el entorno nos han proporcionado. Seducir pasa primero por seducirnos a nosotros mismos. Para que eso se produzca es preciso saber quiénes somos y quiénes queremos ser.