¡Qué no! ¡Qué no hay canguros ni koalas en Nueva Zelanda! ¡Qué lejos están para los españoles las dos islas que configuran la antigua colonia británica! Más que los 20.000 kilómetros que nos separan de las antípodas, la verdadera distancia es la absoluta ignorancia del país de los maoríes, que nada tienen que ver con Australia, la patria, esta sí, de los marsupiales. De hecho se puede decir que Nueva Zelanda está en «Casacristo» pues no en vano la principal ciudad de la isla del sur es Christchurch. Además, llegar hasta Auckland, capital financiera y principal aeropuerto del país, requiere volar 26 horas desde Madrid. De ahí que la estancia en Nueva Zelanda requiere de varias semanas para amortizar el viaje, que nada más aterrizar ya descubre la belleza de Aotearoa, «El país de la larga nube» como llaman a su patria los maoríes.Para disfrutar andando
Nueva Zelanda es mucho más. Prácticamente es todo. Tiene costas de todos los estilos, una fauna riquísima, bosques de ensueño, volcanes, glaciares, montañas con nieves perpetuas… Por ello, es el país del senderismo. Aunque el transporte público es bueno, la mejor manera de viajar por el país es en autocaravana o en coche, pues las infraestructuras turísticas propician a disfrutar de los paisajes con las caminatas.Una gran caldera en el norte
El itinerario habitual va de la isla norte a la sur. La norte es una gran caldera, por lo que las manifestaciones orográficas son fundamentalmente de origen volcánico. Rotorua es la capital de las termas, géiseres y volcanes. No hay que esperar ciudades con una arquitectura destacable. La mayoría son de tamaño medio, con unas pocas calles comerciales que se apagan al atardecer. Rotorua no escapa a esta tipología, pero tiene la particularidad de que huele permanente a huevo podrido. Es el azufre que emana de su suelo. Y precisamente esos efluvios son parte de su riqueza ya que espacios como Whakarewarewa son un reclamo ineludible para los visitantes, que disfrutar de las pozas de barro caliente, de las charcas hirvientes o de las piscinas de colores inimaginables fruto de la corrosión de los minerales subterráneos.Menos explotado turísticamente es el valle Waimangu que creó la explosión hace un siglo del volcán Tarawera. Una ligera caminata a la vera de un río hirviente permite la simbiosis de la flora con un terreno pintado con colores púrpuras, azules brillantísimos, oros deslumbrantes y verdes fogosos. Pero donde verdaderamente se disfruta del paisaje antidiluviano de los volcanes es en el Parque Nacional de Tongariro, compuesto por tres volcanes enfilados. Cubiertos de nieves, en días despejados hacer alguna de sus rutas es un deleite para la vista al vislumbrar a sus tres grandes conos en cadena, uno detrás de otro. De todos modos, subir a ellos también puede significar que en pocos minutos una tempestad de nieve con vientos de casi 100 kilómetros a la hora se desate sobre los caminantes.Gusanos fluorescentes
Antes de llegar a la capital de Nueva Zelanda, Wellington, donde coger el ferry para llegar a la otra isla, se pasa por el lago Taupo, la enorme caldera de un volcán extinto. Antes de embarcarse al sur, nada mejor que adentrase en la tierra en Waitomo, donde se puede disfrutar de actividades deportivas alternativas en sus cuevas, en las que hay la posibilidad de alucinar con sus gusanos fluorescentes. La travesía entre Wellington y Picton, recibidor de la isla sur, no ocupan más de cuatro horas. La costa del norte de la isla sur es lo más parecido a un paraíso de playas infinitas.Es muy recomendable recorrer la cresta del fiordo Queen Charlotte, que permite disfrutar en la otra vertiente del fiordo Kenerepu. El sendero habilitado para los caminantes es una excelente opción para disfrutar de un panorama único. Y ya que estamos en el país del trekking, no muy lejos, también en el norte de la isla sur hay otra de las caminatas estrella. La del Parque de Abel Tasman. Antes de la caminata, un lancha lleva a los caminantes al inicio del camino. Con un poco de suerte la navegación se verá acompañada de decenas de delfines. En Abel Tasman lucen las aguas turquesas, con las playas solitarias e infinitas, las calas paradisiacas con bosque de helechos de varios metros de altura.La isla sur
La isla sur es «alpina». De hecho, su franja occidental la cruzan los llamados Alpes del Sur, con varios gigantes glaciares. Pero antes de llegar allí, en sus estribaciones se encuentra el Parque Nacional de los Lagos Nelson, donde el senderista podrá pasar varias jornadas caminando sin ver a otro ser humano. Las aguas calmas del lago Rotoiti son la entrada natural al parque. Bien por sus riberas o en motora cualquiera puede adentrase por sus bosque vírgenes.El paisaje predominante de Nueva Zelanda son las verdes praderas, ocupadas por millones de ovejas, vacas y caballos. Pero las nieves perpetuas y los glaciares definen una parte muy significativa de la isla sur. Los dos glaciares más visitados son el Franz Joseph y el Fox. Quien haya visto de cerca alguna vez un glaciar quedará marcado para siempre por sus inhumanas dimensiones, por su terrorífica y bella amenaza y por el silencio ruidoso de su movimiento.El glaciar inclinado
El glaciar Franz Joseph tiene el honor de ser el más inclinado del mundo, lo que hace que su empuje sea notable y complique, por los desprendimientos, el acercamiento. Pero es una experiencia de otro mundo. A estas alturas, hay que tener en cuenta que estamos en uno de los puntos más lluviosos del mundo. En el sur, caen al año unos 12.000 a 14.000 milímetros de agua cuando en Galicia ronda los 2.000. Por ello, cuando se va a hacer la travesía del fiordo Milford, lo más probable es que sus paredes de hasta mil metros de verticalidad estén cortadas por sábanas de nubes y empapadas de cortinas de lluvias, trazando miles de hijos lechosos precipitándose por sus negrísimas paredes. El viaje en barco por este fiordo, bien merece la pena.De nuevo en el interior.
El monte Cook preside el Parque Nacional de Aoraki. Junto a su perfecta esbeltez, se desparraman los glaciares Muller, Hooker y Tasman. Éste último acaba en una laguna glaciar con cientos de icebergs a la deriva, cargados con metros de rocas y sedimentos que confieren al lugar un tenebroso e hipnótico atractivo. Antes de regresar, un ultimo trekking, el mítico Routeburn.
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