No sólo existen islas en el mar. Ríos y embalses de agua dulce gozan de la presencia de estos accidentes. La Isla de los Faisanes, en el Bidasoa, es un curioso ejemplo. Compartida por España ?Irún? y Francia ?Hendaya?, que alternan su cuidado seis meses al año, ha sido escenario de numerosos sucesos históricos, incluidos intercambios de rehenes o entregas de infantas casaderas. El más importante, la rúbrica del Tratado de Paz de los Pirineos en 1659, que dispuso el matrimonio del monarca Luis XVI con la infanta María Teresa, hija de Felipe IV. En ocasiones, por mucho que posemos la vista sobre el océano resulta imposible divisar la línea del horizonte. La presencia de pequeñas islas interrumpe nuestra mirada hacia ese infinito que parece aguardar tras el ocaso. Son porciones de roca y tierra emergidas del mar, partes desmembradas del continente al que alguna vez pertenecieron. Víctimas sobre las que la agresividad del Cantábrico se aplicó como una sierra, desgastando tenazmente el litoral hasta amputarlo.Más de 450 kilómetros de costa se extienden desde Cantabria hasta el País Vasco. Salpicadas a lo largo del recorrido, varias de estas islas soportan estoicas los envites del oleaje, que dibuja en sus contornos collares de espuma blanca. Y siempre nos hacemos la misma pregunta: ¿qué habrá allí? Llegó la hora de contestarla. Al abrigo de Santander Santander protege como una madre a cuatro pequeñas islas, alrededor de las cuales se ofrecen paseos en barco con guía incluido para no perder detalle. Una leyenda ronda a la menor de sus retoños, La Horadada, un importante peñascal para la identidad de los santanderinos. Cuentan antiguas narraciones que las cabezas de dos legionarios romanos, decapitados en Calahorra por su fe, viajaron a bordo de una nave de piedra hasta encallar al pie del promontorio. San Emeterio y San Celedonio eran los nombres de los militares, patronos de la capital cántabra.A poca distancia, frente a la península de La Magdalena, descansa la segunda hija de la bahía, la Isla de Mouro. Un faro, de diseño similar a los que alumbran las costas inglesas y en funcionamiento desde el año 1860, corona sus 1,7 hectáreas de roca llana. Pero no es su territorio quien concede la importancia a esta isla cuyo acceso está prohibido, sino el fondo de sus aguas, declarado reserva marina y donde la presencia de buceadores es tan habitual como la de los peces. La tercera descendiente del clan fue bautizada como Isla de la Torre. Desde su posición frente a la playa de La Magdalena vigila a los bañistas y en su lomo, de apenas media hectárea, acoge la Escuela Cántabra de Deportes Náuticos. Una pequeña cala se hace visible entre su roquedal, donde la construcción más destacada es el embarcadero.Y un poco más apartada, como si hubiera decidido independizarse de la protección familiar, la isla Virgen del Mar guarda en su ermita a la patrona de la ciudad. Hasta ella pueden llegar los paseantes gracias a un brazo en forma de puente peatonal que se extiende directo a la costa, dando así la mano a la playa de mismo nombre.