Durante la primavera y el verano, el cuerpo se muestra más y pueden aparecer inseguridades que el invierno ocultaba. Las mujeres somos especialmente duras en las críticas que hacemos a nuestro físico, al que, a veces, tratamos como a un extraño con el que no nos llevamos bien. Casi siempre, rechazamos una parte de nuestra anatomía. Pensamos que nos falta de aquí o nos sobra de allá. Ahora bien, ¿son sólo las formas lo que nos hace sentir incómodas o colocamos en ellas malestares que provienen de nuestra manera de vivir la feminidad? ¿Disfrutamos de su sensualidad o la coartamos por dificultades emocionales?La sensualidad de la mujer se gesta en los encuentros con quienes han cuidado nuestro cuerpo. El mundo sensorial de la mujer es amplio y todas sus zonas erógenas (ojos, oídos y piel, entre otras) pueden disfrutar de lo que la vida ofrece, si la identidad femenina ha llegado a construirse sin muchos conflictos. El calor excita y despierta una sexualidad que se halla un poco más dormida durante el invierno. El cuerpo del deseo toma fuerza y las posibilidades de disfrutar de nuestra sensualidad también. Esto es lo que le ocurría a Elena.Recordando cómo se sentía por estas fechas años atrás, hoy estaba feliz, preparando unas vacaciones de verano con su pareja. Con el sol se sentía renacer. La alegría de hoy, tan natural y espontánea, era posible gracias a una psicoterapia. Hace varios años, cuando estaba a punto de terminar la carrera, comenzó a comer demasiado porque se sentía mal. Engordó un poco, pero a ella le parecía muchísimo y empezó a taparse. Suspendió y se sintió deprimida. Se encontraba mejor en invierno. Le daba vergüenza mostrar su cuerpo. Elena había tenido su primer encuentro amoroso antes de acabar la carrera y no consiguió ningún tipo de gratificación. Por el contrario, padeció mucha angustia y rompió con el chico poco antes de los exámenes, porque no se podía concentrar.Descubrió en la psicoterapia las dificultades que tenía para identificarse con su madre, una mujer que, continuamente, se quejaba de su cuerpo y que se retocaba sin llegar a estar nunca satisfecha con los resultados. Elena odiaba esa dedicación que le concedía a su cuerpo, y este rechazo le producía culpa. Se refugiaba en su padre, al que sólo le interesaban las cuestiones intelectuales. Rechazaba así su feminidad, identificándose, fundamentalmente, con él. Se dio cuenta en el tratamiento de que su madre, al cuidar en exceso su aspecto, intentaba tapar su inseguridad. Elena trataba de compensar con el estudio el rechazo que sentía hacia sus formas de mujer, algo que se desencadenó después del primer encuentro amoroso. Sólo después de ver la exigencia que tenía sobre sí misma, de elaborar la culpa hacia su madre y de renunciar al apego que tenía hacia su padre, comenzó a autorizarse a estar con un hombre y poder gozar con él. El placer y la sensualidad de su cuerpo ya no le resultaban vergonzosos.La queja contra el físico es una autocrítica en la que se trasluce una dificultad para aceptarse. La realiza aquella persona que no se acaba de querer. La relación con el cuerpo está mediatizada por los sentimientos que tenemos hacia nosotras mismas. Influye, pues, la distancia entre cómo somos y cómo nos gustaría ser, así como la capacidad que tengamos para aceptar las debilidades personales y las imperfecciones corporales. Si lo que deseamos está muy lejos de nuestras posibilidades reales de alcanzarlo es cuando aparece el sufrimiento. Aceptamos plenamente nuestro físico cuando hemos podido organizar una biografía afectiva que no niega nuestras imperfecciones y no teme quedarse sin el amor del otro; también cuando nos hemos encontrado con alguien que, reeditando las primeras sensualidades infantiles, despierta nuestro cuerpo al placer. Pero nos aceptamos, sobre todo, cuando nos preguntamos cómo nos queremos ver y no cómo creemos que nos ven los demás