Las pequeñas o grandes decisiones sobre la educación de los hijos se pueden convertir en conflictos familiares. ¿Qué se esconde tras esas discusiones? ¿Es malo para ellos ver cómo sus padres se pelean? ¿Cómo les afecta? Cuando nos convertimos en padres, sólo tenemos la experiencia de ser hijos. Lo que hemos vivido con nuestros progenitores, tendrá una influencia decisiva en nuestra forma de abordar esa función.El acuerdo de la pareja en relación a la educación de los hijos señala, en gran parte, la salud mental de esa familia. El respeto y el apoyo a las opiniones del cónyuge, así como la capacidad por parte de ambos para aceptar la posibilidad de haberse equivocado, es primordial para la buena marcha de la educación de los hijos. Todo esto se produce cuando la comunicación en la pareja es buena, lo que no siempre es posible. ¿De dónde vienen las dificultades? Las identidades se mueven cuando la mujer se convierte en madre y el hombre, en padre. Las identificaciones que hayan tenido con cada uno de sus progenitores se van a poner en marcha y esto complicará más o menos la labor.Si no se mantienen rivalidades inconscientes con el progenitor del mismo sexo porque se ha elaborado adecuadamente la relación con él, la labor se verá favorecida. En caso contrario, si el chico no ha podido identificarse con su padre y no ha resuelto la culpa de su ambivalencia hacia él, o si la chica no ha podido desprenderse de la dependencia materna y acercarse al padre, es posible que la labor de educar a los hijos esté plagada de dificultades. Las discusiones continuas en torno a la educación de sus hijos habían terminado por distanciarles hasta el punto de que planteaban separarse. Estaba dispuesta a ceder en algunas cosas, pero en otras no. Entonces el hijo pequeño comenzó a tener problemas en el colegio, por lo que lo llevó a una psicoterapia para ayudarle. Finalmente, fue ella la que se quedó en tratamiento para resolver su angustia. Allí comprendió que nunca se había sentido valorada como madre, aunque a primera vista parecía lo contrario. Ernesto la ayudaba y la animó a que siguiera trabajando.Cuando ella llegaba a su casa, los niños casi dormían y ella se sentía criticada por su marido, que siempre le decía que no les conocía tan bien como él. Sin embargo, era Ana la que tenía que ponerles límites a la hora de decirles lo que no podían hacer. La solicitud de Ernesto para criar a sus hijos escondía el deseo de ocupar el lugar de la madre y huir de la posición paterna, que a él le creaba complicaciones. No se había podido identificar con su padre. Ana, por su parte, tenía miedo de ser madre. No había solucionado la dependencia que la unía a la suya y pensaba que, en cierta medida, le quitaba el lugar. Entonces la actitud de su marido vino a paliar ese miedo de ser ella la que ejerciera de madre. Delegó demasiado en él y comenzó a aparecer el malestar.Cuando comprendió los conflictos que actuaban en ella, las discusiones comenzaron a disminuir porque cambió su forma de sentirse madre y Ernesto aceptó sus dificultades y aprendió a acompañar a su mujer, en vez de usurpar su lugar. Evitaron la separación gracias a que ambos se hicieron cargo de sus conflictos.