El cuerpo, que tiene una historia afectiva y emocional, es en ocasiones el vehículo para mostrar un conflicto. Todos tenemos un punto débil: la cabeza, la garganta, el estómago, el intestino, la piel, los ojos… Cualquier parte del cuerpo es susceptible de enfermar cuando hemos sobrecargado nuestro psiquismo de afectos que no podemos elaborar mentalmente. El cuerpo se lamenta cuando la mente sufre, pues está sujeto a influencias psíquicas. Hay personas que tienen más dificultad para nombrar lo que sienten y entonces somatizan los conflictos. En estos casos, la energía mental queda libre y ejerce una presión exagerada sobre un órgano, que enferma. Esta parte del cuerpo nos señala algo no sólo de nuestras características corporales, sino también de las psicológicas.Los afectos son exteriorizados con frecuencia a través del cuerpo, pero la expresión física de un afecto puede producirse sin las correspondientes vivencias psíquicas, es decir, sin que la persona se dé cuenta de su significación afectiva. Por ejemplo, la ansiedad o la excitación sexual pueden ser sustituidas por alteraciones en el aparato intestinal, respiratorio o circulatorio.Todo aquello que resulta importante para nosotros por su significación emocional, si no es elaborado adecuadamente, sobrecarga nuestro psiquismo y nuestro cuerpo, que se convierte así en un receptáculo de emociones que no encuentran otra vía de salida, porque no se pueden nombrar y hacer conscientes. Aunque seamos capaces de elaborar psicológicamente lo que nos ocurre y no somaticemos en exceso, cuando sufrimos estrés también puede suceder que alguna parte de nuestro cuerpo comience a molestarnos: es una forma de protesta que nos avisa de que tenemos que parar y pensar qué nos está sucediendo. Siempre conviene hacer caso a estos avisos, volver la mirada a nuestro mundo interno y revisar qué ocurre en nuestro universo emocional.