Un atasco en la carretera, una factura inesperada, la lavadora que se estropea en mitad del lavado, una discusión en la oficina, las compras navideñas de última hora, una dieta restrictiva… y tu organismo reacciona liberando una cascada de las llamadas "hormonas del estrés", entre ellas el cortisol, la adrenalina o la epinefrina. Estas poderosas hormonas envían señales a diferentes partes del cuerpo y las preparan para la acción. En una situación estresante, el hígado libera glucosa para suministrar energía a las células musculares, el corazón late más rápido, los músculos intestinales se contraen, los pulmones se expanden y la presión arterial aumenta para hacer llegar más sangre oxigenada a todo el organismo. Esa respuesta al estrés no tiene mayores consecuencias si se da en situaciones puntuales, pero puede ser peligrosa si se prolonga en el tiempo, en lo que hoy conocemos como estrés crónico.Y es que numerosos trastornos como hipertensión, reflujo gastroesofágico, estreñimiento, síndrome de colon irritable, depresión, ansiedad, problemas de memoria, fatiga crónica, problemas tiroideos… están asociados a niveles de cortisol crónicamente altos. Por si esto fuera poco, ahora sabemos que el estrés crónico también nos hace engordar. ¿Explicación? La hormona cortisol no es sólo un potente estimulante del apetito, además en altos niveles estimula a las células que rodean a los órganos viscerales para que acumulen más grasa.La consecuencia es lo que se conoce como "grasa abdominal" (asociada al "tipo manzana"), que numerosos estudios relacionan con un mayor riesgo de enfermedad cardiaca, diabetes, síndrome metabólico… Pero, además, una dieta restrictiva también puede ser fuente de estrés. Varios estudios indican que las personas que se someten a dietas bajas en calorías sufren un incremento en sus niveles de cortisol.