María Ignacia: La matriarca. María Ignacia, mi abuela. Ignacia la mujer más fuerte y valiente que conozco, y mira que mi madre lo es.
María Ignacia, ¿qué decir de una mujer que se sobrepuso al acto más deplorable que un hombre pueda cometer? Mi abuela sufrió un acto físico de abuso sexual. Desde ese momento, su vida cambió. Pero también la de mi madre, la de mi hermano y por supuesto la mía.
La misoginia es un enemigo de la sociedad.
María Ignacia en la adversidad
Sin embargo de la adversidad surgió lo mejor de Ignacia. Mi abuela que ama su nombre, sus raíces, abraza sus errores y ama sus pasiones. Esa mujer de 82 años con dos hijas y un hijo, todos de diferentes hombres porque ella misma dice, «¿Por qué quedarme con uno solo si puedo probar más de uno?».
Sabia e ignorante a la vez. Pero esa sabiduría siempre venció a la ignorancia, a la ignominia, ella dice que era común en sus tiempos ser inculto y desinformado sobremanera.
«Pocas mujeres estudiaban hasta la primaria y yo terminé la secundaria y cursé dos años en un instituto técnico en contabilidad porque siempre fui muy curiosa». Sigue siendo curiosa. Y preguntona.
De hecho su curiosidad la llevó a irse de “mojada” a los Estados Unidos. Recuerda con lágrimas esos momentos, pero siempre remata, «De esa decisión nació mi hija Ce, nació Kiki, el amor más grande en mi vida. Valieron la pena todas las lágrimas».
Mi madre es producto de ese ataque físico sexual que sufrió María Ignacia. Me siento orgulloso de ambas, porque el amor ha sido la razón que las ha mantenido unidas y que hoy sean mujeres tan plenas. Para mí, las mejores. Ambas no solo florecieron, son campos repletos de flores.
Albania: su comida, su gente, sus playas y la esperanza de un pueblo.

María Ignacia: La matriarca
Suena impositivo e imperativo, pero es muy real. María Ignacia la matriarca es una mujer apoteósica, majestuosa.
Superior a muchas mujeres de su edad porque le emociona conocer hombres, «Lo guapo que es el abuelo de Ale. Y parece que no es tan molón ni machista».
«No me gustan los hombres ni necios ni molones. Ya parece que un fulano a esta o a cualquier edad me va a venir a decir qué hacer o qué es correcto. Ilusos».
Y como estas, sesenta frases más de María Ignacia La matriarca. Mi abuela, mi mejor amiga, mi confidente, mi guía pero también la mujer en que más gasto, «Paga, bribón. No cualquiera sale con una mujer tan guapa, hermosa y maravillosa como yo».
Los haters no tiene lugar en nuestra sociedad.
La matriarca
La mujer que superó una violación. El acto más ruin y miserable que un hombre puede cometer. Y como dice Ignacia en esta plenitud que vive después de superar dos fases de cáncer, «No tuve miedo a un cobarde violador, ya parece que le voy a temer a un cáncer. O dos o tres. Lo que Dios diga».
Esta persona, este personaje es mi abuela. La matriarca de mi familia, la amorosa líder, la gestora de nuestras vidas. La señora lúcida, rebelde, espontanea, amorosísima pero solo con los suyos, casi te puedo decir que aunque tiene 8 nietos su amor físico es solo para Clemente, mi hermano, y para mí.
Odia a los hombres, más bien dice, «Guapos y con dinero sí. Pero idiotas no, a esos los odio porque Dios los castigó dos veces siendo varones y pendejos».
Te amo, viejecita loca. Te debía este texto. Gracias por permitirme aprender cada día de tu sabiduría callejera pero sobre todo gracias por permitirme habitar en ese inmenso corazón y ser parte de tu día a día lleno de bondad, necedades —de ti aprendí a ser un terco—machorrerías como le llamas tú a tus rebeldías y doscientos “no” al día.
Amo tus ojos y tu sonrisa, pero tus abrazos son los mejores.
¿En realidad no teníamos futuro?
Gracias, abue
Abue, gracias por dejarme contar un poquitito de tu historia. Eres la mujer más valerosa y valiente, también eres la más guapa. Indudable.
Dios me conceda la dicha de tu vida muchísimos años más. Abrázame siempre muy fuerte, riamos a carcajadas juntos hasta nuestro último suspiro, gritemos goles del Real Madrid y llenémoslos de insultos porque como dices, «sino no sabe. Tu mamá que es una aburrida que no dice groserías ni maldiciones».
Te amo, María Ignacia. Más mujeres como tú. Muchísimos más seres humanos tan majestuosos como tú, amadísima abue. Cocina siempre para mí.
Con amor, el ratoncito blanco rosado que te ama y por quien llevo el sobrenombre de “Varito” aunque siempre repitas «Me cagan los diminutivos».
Álvaro de M. Norberto. Que justo llevo tu apellido con el amor y honor más grande. «Los apellidos paternos son el machismo en su máxima expresión».
Me violó, hubo un momento que ese cobarde me robó la vida por completo. Pero nunca robó mi amor propio, ni mi identidad y mis ganas de ser libre.
María Ignacia Norberto
¿Por qué la gente juzga a los demás? De los cuerpos ajenos no se habla.