Cuando se habla de luces cálidas o frías, nos referimos al tono que pueden aportar. El punto de partida de esta teoría es el sol, fuente de luz y energía que rige el mundo. Cuando sale, su color rojizo es el más cálido de la paleta y, a medida que pasan las horas, su luz se torna amarilla hasta convertirse en blanca para, al final del día, recuperar su tono rojizo anaranjado. Esta pauta nos guía a la hora de iluminar nuestra vivienda de la forma más natural y racional.En este sentido, la luz más cálida es la que nos permite un estado de mayor relajación y bienestar, propios de primera hora de la mañana y última de la tarde, mientras que la luz más fría es propia de horas de gran actividad: la parte central del día. La temperatura del color de la luz artificial se mide en grados kelvin: cuanto mayor sea el número, más frío será el color de la lámpara.Por otro lado, los tonos cálidos se destinarán a las zonas sociales y para los dormitorios. Salones, comedores, cuartos de juego serán iluminados con lámparas de alrededor de 2.700 grados kelvin o, lo que es lo mismo, iluminación cálida. Las lámparas de tonalidades frías, alrededor de 5.000 grados kelvin, se reserva para zonas de gran actividad: cocinas, despachos, cuartos de estudio o gimnasios.