Pensando en una buena entrada para este texto recordé una anécdota que sucedió cuando estudiaba la universidad…
Durante una clase un ex compañero confesó que era su cumpleaños, entonces la profesora nos alentó a todos a cantarle el famoso “Feliz cumpleaños”. Ella se acercó para darle un abrazo, y él la rechazó diciéndole que detestaba esa muestra de afecto. Viniera de quien viniera.
Todos nos miramos con desconcierto, y pensamos que había sido una grosería, sin embargo a él no le importó, hasta que años después se enamoró de una chica que no le correspondió, y la única forma que tuvo para sacarla de su mente, y de su vida, fue pedirle un abrazo, un fuerte abrazo de despedida.
Siempre he creído que los abrazos son, aunque sea un cliché, la mejor medicina que a veces nos podemos autorecetar para desahogar el alma y sentirnos por un momento unidos a alguien totalmente.
Hay abrazos que son saludos, abrazos que son bienvenida, abrazos que son un hasta luego, abrazos que son un “estoy contigo”, abrazos que son un “todo estará bien”, y abrazos que son un adiós definitivo, aunque en el momento no lo sepamos.
Así que para mí no hay muestra humana más leal y sincera que extenderle los brazos a un ser amado, o al contrario, hacer de los brazos de alguien un refugio temporal en el que el llanto es libre de fluir a su manera, cargando cualquier sentimiento, no sólo tristeza, porque también hay lágrimas que salen de una sonrisa.
La ciencia nos dice que las personas que abrazan desarrollan un mejor ritmo cardiaco que aquellas que no lo hacen con frecuencia. Incluso existe un método de sanación llamado “abrazoterapia”.
La frase “abrazo de corazón” no suena tan sinsentido cuando nos enteramos que un abrazo de la persona que amamos aumenta nuestro nivel de oxitocina, mejorando así la salud de nuestro corazón y sistema cardiovascular.
Lo más certero de todos aquellos datos respaldados por la ciencia es que un abrazo reconforta aquella parte de nosotros a la que llamamos alma, y nos llena de energía para seguir adelante sea cual sea la situación por la que estemos pasando. Aunque sea el adiós de un amor universitario.