La agresividad aparece en el ser humano muy temprano y como consecuencia de los límites que la realidad le impone.La frustración de los deseos infantiles, tal como son vividos por el niño, genera sentimientos agresivos. Pero, en ocasiones, los comportamientos agresivos están estimulados por un entorno hostil y que sólo ofrece esos modelos de identificación. Por ejemplo, los niños que crecen en medio de un conflicto bélico.Ellos no juegan a la guerra, sino que conviven con ella. En el mejor de los casos, y en tiempo de paz, buena parte de la agresividad que proviene de la frustración tiene la posibilidad de transformarse en un juego simbólico, lo que le permite al pequeño dar rienda suelta a los impulsos agresivos dentro de un marco definido por el propio juego. Esta agresividad, convertida en actividad creadora, es la base de la capacidad para el aprendizaje, el arte, la ciencia, etc.DIFERENTES TENDENCIASLa posibilidad de la elaboración simbólica permite al individuo defender su propia identidad y su espacio personal, diferenciándose como ser autónomo. Este espacio se sostiene en la palabra, que permite soportar las diferencias y establecer lazos entre los seres humanos.Pero, a veces, la agresividad sigue otros cauces menos satisfactorios para el sujeto y para los que le rodean: puede inhibirse, dirigirse contra sí mismo o desatarse como agresión frente a otros. La guerra es la forma más extrema.Cuando se inhibe, la persona bloquea tanto sus tendencias agresivas que evita todo tipo de situaciones que supongan diferencias o posibles enfrentamientos. Necesita tener la certeza de que cualquier encuentro va a discurrir pacíficamente. A veces, en casos extremos, el sujeto se retrae socialmente, impidiendo el desarrollo de sus capacidades en el estudio, el trabajo, las relaciones, etc.Cuando la tensión acaba en violencia- RECONOCER LAS AGRESIONESCuando por diferentes razones, la agresividad no encuentra vías de canalización más favorables, puede volverse contra el propio sujeto. La persona se culpabiliza y se martiriza. En esta dimensión, el suicidio sería la forma de máxima agresión contra el propio sujeto. Pero sin llegar a ese extremo encontramos personas que pueden soportar agresiones de otros, sintiéndose merecedoras de ese trato o no reconociéndolas como tales agresiones.LA FUERZA DE LA PALABRA.A veces el individuo parece disponer sólo de palabras que dañan o devalúan a la persona que tiene delante. Estas palabras, a diferencia de las que permiten encontrarnos con el otro, son palabras congeladas en una única forma: insultos, desprecio, réplica.Por último, cuando la mediación de la palabra falla, la agresividad pasa al acto en el encuentro con el otro. Entonces no hablamos de agresividad, sino de agresión y de violencia.