Dicen las malas lenguas que las mujeres se caracterizan por cierta inestabilidad emocional. Cuando los sentimientos nos desbordan y no podemos controlar nuestros afectos, nos tachan de histéricas. La palabra histeria viene del griego "histery", que significa útero. Designa el desbordamiento pasional de la crisis de nervios. Aunque Freud señaló que la patología histérica también se da en los hombres, socialmente es considerada una enfermedad de mujeres. Si somos más inestables emocionalmente, ¿por qué esa cualidad siempre encierra cierta designación peyorativa de lo femenino?La medicina explica la inestabilidad emocional a través de las hormonas. Pero si este factor juega un papel importante, lo que sucede en nuestro mundo emocional no sólo pasa por las hormonas, sino también por motivaciones psicológicas. Referir los altibajos emocionales sólo a la mayor o menor producción de hormonas es reducirnos a un cuerpo exclusivamente biológico. Y si bien el cuerpo hay que cuidarlo, el sistema emocional de la mujer padece tormentas internas porque su identidad sufre conflictos. Somos seres sujetos a deseos inconscientes que desconocemos.Freud descubrió hace más de un siglo que los síntomas que padecían las mujeres a las que trató expresaban simbólicamente un conflicto entre ser objeto de deseo de otro y asumirse como sujeto de sus propios deseos. Esa inestabilidad era la expresión de un combate entre lo que deseaban, y no se atrevían a nombrar, y la fuerza que empleaban en ahogar esos deseos. Cuerpo y mente forman una pareja inseparable que se influyen mutuamente. Crecen juntos y ambos asisten a las inevitables transformaciones que sufrimos desde nuestro nacimiento hasta nuestra muerte.La mujer es protagonista de grandes cambios corporales que van acompañados de las correspondientes crisis psicológicas: la adolescencia, con la aparición de la menstruación; la maternidad y el impacto que la experiencia de tener un hijo comporta; la menopausia y la revolución hormonal y psicológica que conlleva.El psicoanalista J. D. Nasio afirma que la identidad femenina se construye a lo largo de toda la vida y que, así como el hombre confirma su identidad viril entre los seis y los 15 años, la mujer la elabora más allá de la maternidad. Ellas intentan compatibilizar el trabajo fuera del hogar con la familia y no asfixian su mundo emocional tanto como antes, pero siguen sufriendo crisis emocionales. La lucha entre las demandas externas y las internas sigue ahí. Sobrecargadas de trabajo, se ven más afectadas por una cierta labilidad emocional o dificultad para controlar las emociones.La parte psíquica femenina se ve afectada por los acontecimientos que su cuerpo biológico padece y que promueven una sensibilidad emocional distinta. Devenir en mujer y en madre implica una construcción, que pasa por lo que nuestro psiquismo procesa de todo lo que sucede en nuestro cuerpo y lo que representa. Una explosión emocional es normal cuando se produce de vez en cuando, pero cuando se sufren continuamente habrá que buscar una ayuda psicoterapéutica. En este caso, necesita espacio para pensar su feminidad y poner palabras a los sentimientos que la sobrepasan para dominarlos. Así, se enfrentará mejor a su fragilidad.Cuando se cambia por dentro, la relación con los otros también lo hace. Es posible que las transformaciones que la mujer ha promovido en las últimas décadas tengan mucho que ver con su capacidad de mirar hacia dentro y de hacerse cargo de su mundo emocional. La supuesta inestabilidad emocional femenina está relacionada con la verdadera fortaleza psicológica, que consiste en aceptar la complejidad del mundo interno y la fragilidad como cualidades humanas. Será posible que el rechazo a esa inestabilidad esté expresando angustias que los humanos tienen hacia sus propias emociones. Este mundo pertenece a aquello que menos controlamos y que nos hace sentirnos más vulnerables. Ahora bien, ¿se puede avanzar en el grado de satisfacción personal, libertad e independencia si no nos hacemos cargo de ese mundo? ¿El cambio que la mujer ha provocado y asumido en el último siglo hubiera sido posible sin cuestionar cómo nos sentimos e intentar hacernos cargo de nuestros deseos?