25 millones de personas sufren en América Latina las consecuencias de la enfermedad de Chagas y otros 100 millones se encuentran en situación de riesgo. El impacto de su mortalidad no es fácil de estimar por la falta de diagnósticos y autopsias, pero, a modo de ejemplo, se estima que en la provincia argentina de Santiago de Estero es la causa de entre el 28 y el 31% de los fallecimientosEn Bolivia, uno de los países más perjudicados, existen 2 millones de afectados por las llagas provocadas por la enfermedad, principalmente en las regiones del altiplano.El doctor brasileño Carlos Chagas en 1909 describió este mal desconocido, una dolencia endémica de todo un continente transmitida al hombre por la vinchuca, un insecto que se alimenta de sangre. Chagas pedía entonces que se acabara con los poblados miserables, lugares donde encuentra fácil acomodo el insecto.El agente de la enfermedad de Chagas busca refugio en las viviendas donde prima el hacinamiento y las condiciones más insalubres. Crece favorecido por una temperatura de entre 18 y 24 grados y una humedad del 70%.Un siglo después, los especialistas siguen su lucha contra este mal, ya admitido por la comunidad científica y las administraciones estatales y combatido con ayuda internacional. "El número de chagásicos es una manera de medir la justicia social, los derechos humanos y la agresión al medio ambiente", asegura Sale Hai, un médico que la combate en Bolivia.El corazón, el colon, el esófago, los intestinos y el sistema nervioso periférico son los órganos atacados por el parásito que la expande, conocido como "Tripanosoma cruzi". En la fase aguda se puede descubrir, por ejemplo, por la aparición de edemas oculares, pero la frecuente ausencia de síntomas descuida su tratamiento, generalmente costoso, y la convierte en fatal. A menudo, el diagnóstico tan sólo constata la irreversibilidad del proceso.No existen vacunas ni medicamentos para la fase más avanzada. Tampoco se cuenta con estudios fiables sobre la mortandad que genera ni ha habido significativos avances farmacológicos. "Hoy, el mejor remedio para evitar su propagación es separar al insecto del ser humano", advierte Hai. El acceso al agua potable, la higiene o la separación física entre los cobertizos para animales y la vivienda resultan imprescindibles para ataja r la expansión del mal.