Podría parecer un montaje fotográfico, pero aquí el photoshop no tiene nada que ver. Desde la ladera del monte Naranco la vista es impresionante y parece irreal. En primer término las piedras rosadas de Santa María, sillería que en el siglo IX asombró por su novedosa disposición a propios y extraños. Al fondo, sin solución de continuidad, entre la bruma azulada de la mañana ovetense, las plumas de las grúas que parecen pajarracos amarillos sobre un descomunal nido blanco. Es el flamante Palacio de Congresos Princesa Letizia en plena construcción.Cuenta la leyenda que Fruela I, que reinó entre 757 y 768, durante una cacería se paró a almorzar en las inmediaciones del monte Naranco. Preguntado por uno de sus acompañantes dónde situaría su Corte respondió en latín «Ubi edo», que significa «Donde como». Bonita historia para el nacimiento de la ciudad que los asturianos llaman Uviéu.Este cerro, que está a sólo tres kilómetros del centro, es parte de la ciudad, pero durante el reinado de Ramiro I (842-850) se encontraba lo suficientemente lejos para que este monarca mandase construir allí un conjunto residencial para pasar el verano.
En un coto de caza en el que merodeaban osos, rebecos y cochinos jabalíes ?¡quién lo diría!?, sobre los restos de unas termas romanas, sus arquitectos tomando como base el estilo carolingio ?el más vanguardista de la época? construyeron un pabellón real, una iglesia palatina y otras construcciones menores para los sirvientes y el ganado. Sólo han sobrevivido la residencia, transformada después en iglesia, y la cercana de San Miguel de Lillo, no menos espectacular.Hoy vemos ambas vetustas construcciones como lo que son, dos joyas del perrománico, pero habría que retroceder doce siglos para comprender el asombro que debieron causar entre los habitantes de la austera Alta Edad Media asturiana. Algo que podría parecernos simple, en aquel momento fue una genialidad transgresora. La original fusión del estilo visigodo asturiano con el carolingio y el bizantino llegados de fuera, dio lugar a algo tan bello como nuevo, que fue bautizado como «ramirense» en honor al monarca.A partir de entonces Oviedo ha sido un constante escenario para la vanguardia arquitectónica. Desde su muralla medieval, de la que sólo se conservan unos metros, los restos del monasterio románico de Santa María de la Vega (S. XII), o la catedral gótica de San Salvador (S. XVI), hasta el más reciente Auditorio Príncipe Felipe, buque insignia del Oviedo postmoderno del siglo XX.Pero todos ellos van a quedar eclipsados con la inauguración, prevista para el año que viene, del Palacio de Congresos Princesa Letizia, del que dicen los ovetenses que será su nuevo símbolo.Sus dimensiones son faraónicas. Para empezar ocupa los 16.000 metros cuadrados que dejó el antiguo estadio de fútbol Carlos Tartiere demolido en 2003. La inversión inicial es de unos 300 millones de euros con los que se están construyendo una zona subterránea que albergará un gran centro comercial y los aparcamientos; un edificio central con dos auditorios, uno con capacidad para 2.350 personas y otro para 880; y un edificio superior en forma de «U» rodeando al edificio central a unos 30 metros de altura. En éste se instalará un hotel de 144 habitaciones y las oficinas del Gobierno Autonómico.Lo más significativo de esta «nueva catedral» del arquitecto Santiago Calatrava es la cubierta móvil o visera oval que se podrá elevar dando al conjunto una grandiosa impresión que algunos han comparado con una enorme ave blanca con las alas extendidas y otros con una concha cuya perla sería el auditorio.Ni grande ni pequeña, unos 200.000 habitantes, Oviedo es una ciudad peatonal muy pulcra. En un reciente estudio de la OCU ha sido escogida como la urbe más limpia de España. Así, pasear por sus calles es todo un placer y la mejor forma de contemplar su patrimonio monumental, como son las 125 estatuas de diferente factura diseminadas por todo el casco urbano. Una de ellas, quizás la más popular, representa a Woddy Allen. Es precisamente este cineasta quien ha dicho de Oviedo que «es como si no perteneciese a este mundo… como un cuento de hadas». Y no seremos nosotros quienes enmendemos la plana al premio Príncipe de Asturias de las Artes 2002.