Enya, seudónimo de Eithne Ní Bhraonain, nació el 17 de mayo de 1961 en el condado de Donegal. La espiritual diva irlandesa rompió su retiro de cinco años con un disco fiel a un lirismo que le ha permitido vender 80 millones de álbumes.Perteneciente a una familia de músicos, en 1982 se unió a Nicky y Roma Ryan con la intención de componer bandas sonoras para películas. El primer encargo importante fue para el documental "The Celts". "Compongo lo que sale de mi corazón y de mis sentimientos", asegura.Su comportamiento y su vida recluida en las murallas de Ayesha, el castillo que tiene en Killiney, al sur de Dublín, están en las antípodas de Madonna y otras divas con las que rivaliza en ventas. Rara vez se deja ver en público, graba muy de vez en cuando, no se relaciona ni colabora con otros artistas de su tiempo, no se promociona en giras y no escucha otra música que no sea la que surge de su interior.Toda una "forma de vivir" que para otros artistas supondría el olvido, pero que a Enya parece no afectarle. Una trayectoria alejada de los cambios del pop y adscrita al ámbito de la "new age" más evanescente, que Enya concreta desde hace dos décadas en una música sintetizada y de corte casi catedralicio, subrayada con tonos célticos y letras entre mitológicas y espirituales.Los jardines de Killruddery, la impresionante mansión señorial del siglo XVII emplazada en Bray (condado irlandés de Wiclow) que Enya eligió se ajustan a la imagen casi élfica de esta menuda artista de ojos penetrantes y tan afable como celosa hasta la paranoia de su intimidad. Tanto como para gastarse una fortuna en añadir medidas de seguridad a un castillo por el que hace ocho años pagó cerca de 700 millones de pesetas, superando la oferta de Michael Watley, el millonario bailarín del espectáculo "Lord of the Dance". Todo para protegerse de fans desequilibrados como aquel italiano que llegó a mudarse a Dublín y la acosó hasta ser detenido por la Policía.Esa reclusión y su carácter reservado disparan las especulaciones sobre su persona, que Enya sólo se encarga de aclarar (y no personalmente) a través de su web. "No puedes estar sufriendo cada vez que se dice de ti algo que no es verdad", ha llegado a decir en referencia a rumores como esa presunta boda de la que llegó a hablarse cuando decidió ponerse una alianza familiar en su mano derecha.Con 44 años, sin hijos ni pareja conocida, la ermitaña mas célebre del pop salió cinco años después de un ostracismo sólo roto con su aportación a la banda sonora de "El Señor de los Anillos", por la que fue nominada al Oscar. Lo hace con un álbum del que habla con un fervor casi religioso. Su título, "Amarantina", alude a una flor que nunca se marchita y es el resultado de dos años de trabajo casi monástico junto a Nick y Roma Ryan, el matrimonio y tándem creativo con el que Enya trabaja desde que, en 1982, abandonó su grupo familiar de música celta, Clannad.-De nuevo ha tardado cinco años en grabar, ¿tiene que ver con su fama de perfeccionista?-Nunca sé cuando voy a acabar un disco, mantengo la excitación hasta el último segundo; nos dejamos llevar por la música y nunca sabemos cuándo vamos a acabar. Es verdad que soy perfeccionista, pero en un sentido diferente. Me gusta capturar el contexto emocional de la música. No en el sentido de que todo tenga que estar perfectamente grabado, sino en que la música refleje los sentimientos. Ponemos siempre el alma de la canción por encima de todo, por eso Nicky Ryan (su productor) prima siempre el directo en el estudio. Me incita a cantar como si estuviera ante el público.-Sin embargo, suele cantar en directo muy de vez en cuando, en televisión o en ocasiones muy especiales. De hecho, no ha salido de gira en casi veinte años.-Pero eso no es por mí, sino por mi compañía, que considera que no merece la pena, por las dificultades que supondría. Sobre todo, teniendo en cuenta que los discos se venden sin necesidad de presentarlos en directo. Pero la pasión del directo me encanta.-¿A qué alude el título "Amarantina"?-Alude al amaranto, una palabra muy antigua que los poetas usaban para referirse a una flor que nunca muere. Era una idea que me encantaba, pero, por lo demás, no hay un concepto en el álbum. Las canciones son historias diferenciadas, cada una es un universo, y quería algo diferente para cada tema. Siempre hago un tema instrumental al que luego incorporamos una melodía cantada en una lengua. Probamos músicas e idiomas como el gaélico, el inglés, el español o el que sea, hasta que vemos que funciona, que captura un sentimiento concreto. Primamos la libertad de probar cualquier idea que tengamos. He compuesto lo que salía de mi corazón, de mis sentimientos más íntimos, sin importar el tiempo que tarde en expresarlos. Hemos dedicado dos años a este disco.-Con Nick y Roma Ryan, su productor y su letrista, ha formado durante más de dos décadas una especie de trinidad creativa. ¿Nunca ha considerado la posibilidad de cambiar de método, de trabajar con otras personas?-No, si algo funciona o no se quiebra, ¿por qué romperlo? Jugaron un papel muy importante cuando comencé mi carrera en solitario y no sabía si hacer versiones o por dónde tirar. Tenía estudios clásicos y tocaba el piano, pero ignoraba si sería capaz de componer mis propias canciones. Cuando escucharon lo primero que escribí, me animaron a seguir. Mi música les resultó inspiradora y vieron claro el concepto desde el minuto uno, antes incluso de que hubiera canciones propiamente dichas. Desde que hicimos la banda sonora de "The Celts", dimos con un método que no ha cambiado. Yo hago las melodías, Roma las letras y Nick se encarga de la producción. Somos un equipo.-Sus seguidores conectan su música con la naturaleza, le atribuyen incluso cualidades terapéuticas.-Es verdad, mucha gente me dice que les ayuda de reflexionar, a mirar en su interior, a relajarse o liberar sus emociones y sentirse mejor. Creo que tiene que ver con la naturaleza, con canciones que surgen de un paseo por el campo, una mirada al mar irlandés, la lluvia o un momento de paz. Busco melodías que tengan que ver con eso y luego buscamos letras y arreglos. Es un proceso. Toco una melodía para Nick y Roma y espero a su reacción. Trato de no perder esa cualidad espiritual y emocional de la música.-¿Cuáles son las fuentes de la espiritualidad que se asocia a sus canciones?-Tiene que ver con la manera en que vives tu vida. A medida que te haces mayor empiezas a cuestionar la forma de vivir tu vida. El trabajo tan intenso que supuso "The memory of trees" (1995) me hizo pensar sobre la calidad de vida, la pérdida de las emociones, del tiempo para uno mismo. Me pregunté si era feliz de verdad y vi que necesitaba apartar el trabajo para disfrutar de la contemplación de las cosas, de la vida normal con la familia y los amigos. No necesitaba estar todo el día en el estudio. Me considero una persona privilegiada por poder hacerlo. Ahora miro atrás y veo que ha sido un gran viaje, pero puedo decir que no cambiaría nada de mi vida estos últimos años.-Siendo un valor comercialmente seguro, ¿no le presiona su discográfica en estos tiempos de crisis para que grabe más a menudo?-Claro que lo hacen, o al menos lo intentan. Después de "Watermak" me pidieron otro disco cuanto antes. "Venderás mucho porque tienes un público", aseguraban. Pero yo les dije que no estaba preparada. Nunca he entrado en la dinámica del pop y esa actitud me ha ayudado a impedir que nada altere mi forma de crear.-Aunque viene del folk y reconoce que le inspira la mitología céltica, su música está muy alejada de la vitalidad de la música tradicional irlandesa.-Yo no impongo nada a la música, dejo que surja con naturalidad. Por eso canto también en distintas lenguas, y no sólo en gaélico o en inglés. He cantado en élfico (el tema "Aneiron", de la banda sonora de "El Señor de los Anillos") y en este disco Nora Ryan creó un idioma nuevo para mí en tres canciones. Me gustó la idea porque su sonoridad se adaptaba al viaje emocional por tierras desoladas que proponían las letras. No creo que el estudio de grabación reste esencia a la música, porque siempre ponemos los sentimientos por encima de todo. Cierro los ojos y dejo que la música fluya. El espíritu de la música tradicional está siempre presente porque grabamos de un tirón hasta que el resultado nos gusta, no con los típicos parones de estudio.-¿A qué cree que se debe el éxito que tiene en todo el mundo siendo una artista tan personal?-Tiene que ver con la emoción de la música, que es el lenguaje más universal. Yo siempre trato de ponerla por encima de todo. La emoción y los sentimientos de lo más profundo de mi interior me dictan cómo debe ser una canción, sea "Orinoco flor" o "Amarantina".