Podemos ser felices sin los demás? ¿Hasta qué punto los necesitamos? Los seres humanos tenemos deseos que nos anteceden y que están relacionados con nuestros progenitores. Totalmente dependientes de sus cuidados y de su amor, no sobreviviríamos si no hubiéramos sido acogidos por alguien que nos quiso lo suficiente para ayudarnos a conquistar una identidad.Se necesita un niño para poder sentirnos madre, un amigo para vernos acompañados o el reconocimiento en el trabajo para considerarnos un buen profesional. Cuanto más se diversifican las distintas facetas de nuestro "yo", más reconocimiento precisamos, pero también mejor nos encontramos, porque si falla una actividad, tendremos otras en las que apoyarnos. A esta búsqueda de uno mismo en la mirada del otro y en el espejo de la realidad le sigue una etapa fundamental, que consiste en reconocer también nuestras carencias. Así, el arte para organizar una pareja se basa en acompañar al otro en sus cambios, pero es necesario que ambos evolucionen individualmente. El temor a la dependencia se debe a que no sabemos tejer la distancia adecuada. Los hilos de una madeja invisible que nos mantienen unidos se rompen si están demasiado tirantes. Pero si están muy juntos, se enredan y producen una sobredosis emocional. Cuando la proximidad con el otro se vive como asfixiante, la patología está cerca.Amar es beneficiarse de un intercambio de afectos que siempre genera una deuda. Cuando amamos a alguien, aparecen preguntas como: ¿cuánto me va a costar esta relación?, ¿a qué me compromete tener un hijo? Estos pensamientos son los que Jorge se hace ahora que Sara, su novia desde hace cinco años, le ha planteado el futuro de su relación. No son tan jóvenes y quieren formar una familia y vivir juntos. Jorge tiene 37 años y Sara 33. Desde que se conocen viven cada uno en su casa, aunque pasan juntos los fines de semana y las vacaciones. Jorge tiene miedo a un compromiso más serio porque no sabe cómo organizar una familia distinta de la que tuvo.El planteamiento de su pareja le ha puesto muy nervioso. En la psicoterapia a la que asistía, y a la que había acudido por sus dificultades para mantener una relación duradera, se dio cuenta de que su temor a las chicas se debía a que la relación con su madre aún le pesaba demasiado. Curiosamente, repetía con su novia su situación infantil. Sus padres se habían separado y él pasaba los días de diario con su madre y los fines de semana y vacaciones con su padre, al que tenía un gran apego. Con él se sentía más protegido, pues su madre contaba con dificultades para desarrollar su papel materno, algo que lejos de fomentar su autonomía, le había provocado más dependencia. Temía que la convivencia con Sara se le hiciera agobiante y mantenía con ella la distancia que le permitía la posibilidad de vivir un amor que deseaba.Es la distancia adecuada con el otro lo que a veces no sabemos encontrar, quizá porque se trata de lo más difícil. El encuentro nos asusta porque tememos perder en él una parte de nosotros mismos. ¿Cómo podemos vivir entonces el amor sin llegar a alienarnos? ¿Cuál es el límite? Quizá el que nos permite un equilibrio justo entre lo que damos y lo que recibimos, lo que equivale a cumplir nuestros deseos, aceptando la responsabilidad que tenemos tanto hacia los otros como hacia nosotros mismos.