La razón fundamental es que pensamos que su vida es perfecta y, en nuestro interior, deseamos corroborar que en realidad no es así y que también ellos sufren problemas.
La fantasía de que algunos de estos famosos, a diferencia de nosotros, lleven una vida perfecta, nos impulsa a comprobar que no es del todo así. De esta manera, la dificultad para resolver nuestras propias desgracias personales nos conduce a querer conocer con todo lujo de detalles las de otras personas. Satisfacción interiorA Mercedes se le pasaba el tiempo volando delante de la televisión, viendo a actores, actrices o cantantes contar sus vidas y opinar sobre la de los demás. Las personas que les entrevistaban eran incisivas y los solían poner en aprietos. Cuando la pelea entre los participantes subía de tono era cuando ella más pegada se quedaba al asiento.El esquema siempre era el mismo: el entrevistado contaba con tertulianos que le defendían y que le atacaban. Con frecuencia, se peleaban entre sí. El presentador del espacio, bajo la apariencia de moderador, contribuía sutilmente a que los ánimos se calentaran para dar espectáculo.Después de ver el programa, Mercedes se iba a la cama relajada, como si se hubiera tomado un calmante. ¿Por qué? Quizá el programa le había ayudado a desconectar de sus propios problemas.Aunque habría sido incapaz de explicar por qué, el espectáculo dado por aquellos famosos, a quienes suponía una existencia más rica que la suya, la sacaba del aburrimiento.Íntimamente, le producía una gran satisfacción comprobar que aquella gente estaba llena de miserias. Jamás habría confesado a nadie estos pensamientos.La semana anterior, ella misma había discutido con una compañera acerca de una famosa que había ido a un programa para vender los malos tratos de los que supuestamente había sido víctima por parte de su marido. Su compañera lo recriminaba; además, no creía a esa mujer y pensaba que se estaba aprovechando de la fama y el dinero de su marido.La televisión, decía, sólo aumentaba el morbo, magnificaba las mentiras y no ayudaba a las mujeres que habían sido realmente maltratadas. A la amiga de Mercedes le parecía una perversión traficar con esos asuntos.Mercedes, sin embargo, opinaba que hacían muy bien en hablar de ello. Ella aguantaba demasiado a su marido y, en alguna medida, se sentía malquerida, lo que la llevaba a identificarse con todas las mujeres que hablaban de sus insatisfacciones. La vida deseadaLos famosos nos interesan porque nos identificamos con ellos. Hablando de lo que hacen o dejan de hacer y de lo mal que se han portado éste o aquélla, nos olvidamos un poco de nuestros problemas cotidianos.
La dificultad para resolver las pequeñas desgracias personales nos conduce a dirigir la atención a las desgracias de los otros. Los deseos incumplidos nos hacen fijarnos en la suerte de los demás.Cuanto más desconocimiento se tiene de uno mismo, mayor es la tendencia a llenar la vida propia con la de los otros. Pero esto no sirve para crecer, sólo para huir. El interés por las vidas de personas populares procede de la fantasía infantil de que tienen mucho poder y por ello son muy felices.Los primeros personajes a quienes atribuimos este poder son los padres. Después, todos aquellos adultos que tengan autoridad y sirvan como modelo para crecer (los profesores, etc.). Ya en la adolescencia aparecen actrices, deportistas y todo tipo de personajes célebres. Se quiere ser como ellos, porque se les tiene idealizados.Una de las primeras condiciones para crecer consiste en elaborar estas idealizaciones, lo que pasa por aceptar que todos tenemos carencias y dificultades, porque todos somos seres humanos. La fantasía de que algunos famosos, al contrario que nosotros, puedan haber logrado una vida perfecta, nos impulsa a comprobar, una y otra vez, que esto no es así.Viendo los programas de televisión a los que antes aludíamos, nos damos cuenta de que sufren, de que lo pasan mal, de que son vulnerables como cualquiera de nosotros. Ello produce alguna forma de consuelo. En efecto, nadie está protegido contra el sufrimiento y el dolor. Cuando la televisión nos lo demuestra, nos sentimos acompañados en nuestros problemas y certificamos que ellos se enamoran y tienen éxito y dinero, pero también lloran.Hay mucha gente interesada en la vida de los famosos y muchos no lo reconocen. Quizá, tras ese interés se esconde el deseo de entender el mundo de los afectos, pero proyectándolos sobre otros, lo que resulta más fácil que enfrentarse a los propios. Las clavesLa proyección es un mecanismo psicológico por el cual ponemos fuera de nosotros lo que nos cuesta dominar dentro. Esos otros, sobre todo si son los famosos, se pueden convertir en depositarios de lo que negamos en nosotros.Los personajes que exponen sus intimidades lo hacen, quizá, llevados por un deseo exhibicionista y un narcisismo que, combinados con importantes sumas de dinero, organizan un cóctel irresistible para algunos. Hay muchos famosos que no están dispuestos a contar sus historias.
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