No quiero ir al campamento, me pueden pasar cosas malas", le dice Raúl a su madre. Elvira, asombrada, le pregunta: "¿Pero qué te va a pasar, si vas a jugar y a divertirte? Además, también va tu hermano". Elvira no entiende qué le pasa a su hijo pequeño. El año pasado, su hermano mayor fue a un campamento de verano y Raúl se quedó en casa porque les parecía demasiado pequeño. Era la primera vez que se quedaba solo con sus padres. Al poco, cayó enfermo. Echaba de menos a su hermano, pero también, inconscientemente, lo echaba de más. Tuvo fantasías acerca de lo que pasaría si su hermano se quedaba para siempre en el campamento, ideas que le hacían sentir culpable por querer a sus padres sólo para él. Pero, también lo quería mucho, lo que le dificultaba aceptar la rivalidad que tenía con él. Raúl teme ahora que le ocurra lo que imaginó para su hermano el año anterior. De esta forma pagaría su culpa por haber deseado quedarse con sus padres en exclusiva.Lo más probable es que, si finalmente va al campamento, constate que tampoco a él le pasará nada por separarse de sus padres un tiempo, lo que le hará sentirse más autónomo y menos culpable. Los campamentos de verano pueden convertirse en una oportunidad estupenda para que los niños vivan experiencias gratificantes. En ellos aprenden a ser autónomos, lo que les lleva a sentirse independientes y seguros de sí mismos: una receta infalible para aumentar también su autoestima. Además, conocen a otros niños y practican la solidaridad y el compañerismo.Por unos días se encuentran en un mundo donde hay más niños que adultos y en el que las actividades que realizan están adaptadas a sus intereses. Por otro lado, unos días lejos de casa les hace mirar a la familia de forma diferente. La madre ya no es una pesada con eso de recoger la habitación, más bien se la echa de menos cuando no saben dónde han puesto algo.Añoran a su familia. El resultado es que desean volver a casa llenos de experiencias nuevas para contar. Por cierto, no hay que tener prisa para que nos digan cómo les ha ido: suelen hacerlo poco a poco, lo que constituye una forma de sentir que tienen una vida privada, independiente de la familia, que sólo ellos administran. Los campamentos de verano suelen funcionar como ensayos de convivencia lejos del hogar y son útiles por tanto para favorecer la construcción de su identidad, que está en vías de desarrollo. Ahora bien, todo esto sucede si se tienen en cuenta varios aspectos fundamentales a la hora de enviar a los hijos a un campamento. El primero y más importante es que sean ellos los que deseen ir, pues esto significa que ya están preparados internamente para separarse de sus padres por un tiempo. En ningún caso deben ir si no les apetece. Naturalmente todo depende mucho de la edad, de las características personales y del carácter que tenga el niño. Si ha habido algún suceso familiar que haya alterado notablemente su vida afectiva (la separación de los padres, por ejemplo), quizá convenga esperar al año próximo.Además, conviene recordar que cuando los niños terminan el curso, están cansados. Por lo general han hecho un gran esfuerzo y quieren disfrutar de la casa y de su habitación sin horarios ni obligaciones. El hogar se altera bastante, pero también se distiende si los adultos somos capaces de aceptar esa falta de rigidez