Izaskun Andonegi e Iñigo Eguren cambiaron por un tiempo San Sebastián por Calcuta y sus empleos estables por cooperar desinteresadamente con las Hijas de la Caridad. Recorrieron durante tres años las estaciones de tren de Calcuta. Cada día, se acercaban a los ancianos, moribundos y enfermos mentales que se cobijaban en sus andenes y les ofrecían socorro. Los vagabundos solían responder con asombro e incredulidad cuando les preguntaban su nombre.Esta pareja guipuzcoana, alentada por profundas convicciones cristianas, compartió con la congregación un trabajo muy duro. En rincones y aceras encontraban mucha gente famélica, llegada de cualquier parte o abandonada, que sucumbía ante laSe fueron tan sólo con el billete de ida, pero las circunstancias cambiaron el objetivo inicial. Con sus menguados ahorros y aportaciones de familiares y amigos, compraron un terreno a veinte kilómetros de la metrópoli, en pleno campo. Allí levantaron Ashavari, un refugio para aquellos desahuciados, un lugar donde reciben tratamiento médico y atmósfera de hogar.A medida que se recuperaban les integraban en un centro que pronto dispuso de huerta, ganado, incluso un dispensario. "Al principio fue una mesa debajo de un árbol, ahora incluso impartimos programas de educación para la salud", testifican.Los proyectos no quebraron la relación de Izaskun e Iñigo con sus orígenes. Volvieron para casarse y también decidieron regresar para formarse. Tres años después se licenciaron en Enfermería y también llegó su primera hija.Hace cinco años, crearon Calcuta Ondoan, una ONG que ha ido expandiéndose gracias al boca a boca y la ayuda desinteresada de un puñado de colaboradores. Gracias a ese apoyo, hoy siguen desde la capital guipuzcoana plenamente implicados con las gentes más pobres de la ciudad de Calcuta.