No se puede acudir con prisa a Alquézar, sería un desaire para esta villa que mantiene su configuración medieval y ofrece al visitante monumentos como la iglesia de San Miguel o la plaza mayor porticada. La Colegiata también requiere un tiempo para apreciar sus capiteles, el claustro, las pinturas murales, el retablo de Santa Quiteria, el órgano o el Santo Cristo de Lecina, además del museo de Arte Sacro.Después habrá que detenerse en los miradores, porque Alquézar representa una envidiable atalaya para las sorprendentes tierras del Somontano. Cuando la noche se echa sobre esta población oscense, el castillo-monasterio-colegiata de Santa María parece que se crece.En Alquézar la luz amarilla de los focos se posa sobre las piedras de estos muros y hacen resaltar aún más las recortaduras de sus torres y almenas, la sucesión geométrica de sus arquerías y las escarpaduras de la loma rocosa en la que se asienta. El resto del pueblo queda hundido en tenues sombras, a sabiendas de que el gran conjunto monumental lidera, desde hace más de un milenio, el devenir histórico y el patrimonio artístico de la localidad.Si primero fue castillo árabe, en el siglo XI cambió su registro y pasó a manos cristianas, pero no su función defensiva. A partir de entonces empezó el asentamiento de comunidades de monjes en su interior.De día, las piedras edificadas de Alquézar vuelven a adquirir ese tono ocre terroso que le caracteriza. Entonces se puede admirar otro paisaje protagonizado por un río y un barranco. El Vero aprieta su cauce en una retorcida garganta, presidida por el bastión amurallado, y riega las rocas de la sierra de Guara, en cuyos abrigos se han descubierto pinturas rupestres, declaradas patrimonio de la humanidad.Para dormir y comer conviene tener en cuenta que existen el Hotel Villa de Alquézar (telf.: 974 31 84 16) y la Casa Gervasio (telf.: 974 31 82 82).