Los primeros rayos de sol luchan por penetrar en la densa niebla que cubre las tierras del norte de Laos. A casi mil metros de altura hace frío y reina el silencio. Sólo se oyen los golpes de viento y el susurro de las aguas cristalinas que corren por los ríos. El alba descubre un mundo de sombras grises que va cobrando tonalidades ocres. Poco a poco, se perfilan las siluetas de los árboles. Un poco más tarde se intuyen las pequeñas construcciones de bambú entrelazado y paja que jalonan el terreno. Finalmente, el sol se impone y queda al descubierto un paisaje espectacular. Varias montañas, vestidas con diferentes tonos verdes, hacen de telón de fondo de los arrozales. La cálida luz de la mañana les dota de un color rojizo, y el viento crea caóticas olas en el cereal.Se rompe el silencio. Un jolgorio de tonos agudos inunda el estrecho camino de tierra que divide los terrenos. Son las siete de la mañana cuando los niños de la región de Luam Nam Tha, una de las más pobres de Laos, ponen rumbo a sus escuelas. Ataviados con los tradicionales ?sarongs?, unas largas telas de vivos colores que se sujetan a la cintura a modo de falda, trazan el camino que les separa del colegio. En muchas ocasiones les espera un recorrido de más de hora y media. Sin embargo, no hay caras de cansancio, a pesar de los pies desnudos. Al contrario, las risas y las canciones envuelven en alegría todo por donde pasan.En el trayecto se cruzan con sus mayores. Portan herramientas básicas, toscas, con las que recogerán las cosechas. Algunos de los niños se unen a ellos. La mano de obra es esencial en el campo, más aún en estas condiciones, y aquí la prioridad es sobrevivir. Las mujeres más mayores quedan al cuidado de los más pequeños, así como de las labores domésticas. Todos los demás tienen sus quehaceres designados fuera de casa. «Sólo unos pocos acuden a la escuela», comenta Lau, un joven profesor del área de Luam Nam Tha.La hoz y el martilloMuchas de las aulas no son más que cobertizos de paja. El colegio de Lau no es una excepción. «No tenemos medios para ofrecer una enseñanza mejor. Aquí se mezclan niños de entre 8 y 13 años. No hay posibilidad de dividirlos en grupos más homogéneos, ya que sólo estoy yo como profesor. Y esta es la única escuela en treinta kilómetros a la redonda». Eso sí, a un lado están los chicos y al otro, las chicas. Teniendo en cuenta el estado en el que se encuentra el sistema educativo del país, no es de extrañar que sólo un 60% de la población sepa leer y escribir.Laos es uno de los pocos estados del mundo que aún abrazan el comunismo. La hoz y el martillo sobre fondo rojo son elementos recurrentes en las ciudades y en los escasos edificios gubernamentales. El 2 de diciembre, día en el que los comunistas conmemoran la derrota en 1975 de la monarquía, los símbolos comunistas inundan las calles y engalanan los monumentos, propiciando anacronías como la de templos budistas en los que resuenan los monótonos cánticos religiosos, decorados al estilo soviético y llenos de monjes ataviados con sus túnicas naranjas.A diferencia de lo que ocurre en el vecino gigante, China, el sistema laosiano sigue rigiéndose por las normas del colectivismo. No existen los terrenos privados aunque, desde 1986, el Gobierno autoriza las actividades de empresas industriales privadas, un hecho que ha proporcionado al país un desarrollo económico sostenido de alrededor del 7% anual. Sin embargo, esta excepción se circunscribe únicamente a la capital, Vientiane.Si hay un lugar en Laos en el que uno se puede sentir cerca del Nirvana, ese es Luang Prabang. La segunda ciudad en importancia del país sólo cuenta con 65.000 habitantes, pero son muchos sus atractivos. Situada en la confluencia de los ríos Mekong y Nam Khan, a escasos 200 kilómetros de Vientiane, y a casi 1.000 metros de altitud, Luang Prabang es la urbe en la que se congregan multitud de etnias y grupos sociales diferentes. Los Lao Sung, pobladores de las cotas más altas, bajan para vender sus productos en el bullicioso mercado de los sábados.Aquí se encuentran con los Lao Loum, habitantes de las llanuras, con los que intercambian arroz por textiles. Pescadores y agricultores regatean acaloradamente mientras los niños se reencuentran y juegan en los alrededores.Arroz por telasIncluso en un mercado como este se nota la gran influencia económica del país vecino, China. Hay quien trata de vender juguetes fabricados en Cantón, cassettes de los grupos de moda de Hong Kong y fideos instantáneos de Shanghai que los lugareños observan con sorpresa.Tras la tempestad llega la calma. Donde estaba el mercado sólo quedan restos de hortalizas y plumas de pollo. Cae la noche y llega el frío de la montaña. Al cabo de unas horas, cuando aún no ha salido el sol, el monótono cántico de los monjes budistas hace las veces de despertador. Los religiosos caminan entre la niebla matutina recogiendo la caridad de los vecinos de la ciudad. La imagen desborda exotismo: túnicas naranjas que se desplazan, como levitando, entre las grises sombras que dibujan los pequeños edificios de Luang Prabang.Pero, como es costumbre en Laos, el sol gana finalmente la batalla a la bruma. La luz es cálida y baña de ocres las fachadas, los arrozales y las aguas de los ríos. La ausencia de vehículos proporciona una tranquilidad que se ve acentuada por el gran número de templos que jalonan las calles de la ciudad. Cada pocos metros, una construcción de gran belleza sorprende al visitante: elaboradas filigranas, collages de piedras y cristales, dibujos dorados sobre fondos oscuros, tejados de graciosas curvas?Pero es, sobre todo, el conjunto lo que convierte a Luang Prabang en una de las ciudades más atractivas del sudeste asiático, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Sin duda, vale la pena sufrir las once horas de viaje desde la capital para dejarse atrapar por la espiritual atmósfera de la capital del norte, conjunción de la diversidad étnica y cultural de Laos.