Es tiempo de arcoiris. La lluvia cae a ráfagas, pero las nubes dejan algún hueco al sol para que ilumine un prado y tres casas de madera pintadas de blanco. A las tres las abraza enseguida un arcoiris que asombra por su belleza y la intensidad de sus colores.Durante unos segundos el arcoiris parece moverse y pone a una casa de violeta, a otra de verde, a la tercera de amarillo… Hasta que se difumina de repente, como si un niño lo hubiera borrado del paisaje que estamos viendo y que parece sacado de un bloc de dibujo de 4º A (o B, la letra y el curso es lo de menos). Uno vuelve entonces la mirada al espectacular fiordo de Hardanger. A sus cumbres nevadas que lo adornan, a las cascadas que se derraman, como ríos de belenes, por las laderas cubiertas de abedules, abetos y pinos.Hemos viajado desde Bergen, ciudad con encanto y cuna del músico Edvard Grieg, atravesando túneles, serpenteando laderas verdes, ora bajo la lluvia, ora maquillados por un sol oculto tras altos visillos. El viaje dura poco más de una hora y el trayecto se ha hecho corto pese al tiempo alborotado que cambia a cada rato de opinión, caprichosamente.En Norheimsund, pequeña y pintoresca localidad al borde del fiordo, visitamos Hardanger Fartoyvernsenter. Es un curioso lugar donde se realizan diferentes actividades: restauración de barcos antiguos, talleres, alquiler de navíos con embrujo para surcar las aguas tranquilas de estos contornos… Hay en el centro un breve museo del mar con barquitas y barcazas, algunas hechas a imagen y semejanza de algunas que construían los vikingos. Nos enseñan, entre otras cosas, a fabricar artesanalmente una cuerda con fibra vegetal y las magníficas propiedades para los mares helados de la crin de los caballos. «Los antiguos habitantes de estas costas ya conocían su gran utilidad como cordaje, pues es muy resistente al frío.» Al salir, la broma favorita de los cicerones que nos iremos encontrando por el camino: «Surprise! It"s rainning!» (¡Sorpresa, está lloviendo!).Después de sonreír, y ponernos la capucha, visitamos en la localidad próxima de Oystese uno de los centros culturales más importantes de la región, Kabuso. En él conviven importantes conciertos de música clásica con exposiciones, muestras y todo tipo de eventos relacionados con las artes.Al final de la jornada desembocamos en el hotel Rica Brakanes de Ulvik, cuyas habitaciones y embarcadero cuentan con una de las vistas más bellas de este fiordo. Es un agradable y estratégico enclave para alojarse mientras se viaja por la comarca.Aparte del coche o el autocar, el ferry es uno de los transportes más usados en los fiordos. Se forman varias filas de autos frente a sus muelles para pasar de una orilla a otra, evitando así recorrer largas distancias. Como hay un servicio que funciona con fluidez y puntualidad es muy recomendable.Ya en la otra parte del fiordo, saltamos del ferry y nos dirigimos por carretera hasta Hardangervidda, un centro de actividades relacionadas con la naturaleza. En su pequeño museo se pueden descubrir los animales y la flora del entorno por el que nos vamos a mover y contemplar una espectacular película documental sobre los enclaves naturales de esta región encantada. A la salida, dos cabras que se han subido al tejado de una casa para comerse el césped nos contemplan con arrogancia. Es habitual encontrarse casas como ésta en Noruega, cuyo tejado lo compone un coqueto jardín de hierba donde crece algún retoño de abeto a modo de extraña antena. Según nos dicen, es uno de los mejores métodos que existen para proteger las viviendas de los duros inviernos boreales.Trepamos nosotros poco después, como las cabras, buscando la cascada de Voringfossen, uno de los saltos de agua más espectaculares de todo el país. Desde un pequeño mirador adyacente, lo contemplamos alrededor de un alborotado grupo de turistas japoneses que ponen en peligro su palmito por hacer la foto más difícil. De pronto desaparecen todos los japoneses menos una mujer madura, de negra cabellera, que se abisma con la mirada en lo hondo del barranco. Saca de no sabemos dónde unos carboncillos y un papel y toma unos preciosos apuntes de la cascada mientras la sacude un viento frío que parece no intimidarla.Desde lo alto de la montaña nos dejamos caer hasta llegar al hotel Ullensvang, un lugar lleno de encanto y que ha sabido integrar a la perfección elementos nuevos ?como la pista de tenis cubierta o el gimnasio? en una estructura de gran mansión de piedra y madera. Situado también al borde de una de las orillas del fiordo, cuenta con una espectauclar vista al monte Velure, una enorme masa de piedra pulida por el tiempo y untada de nieve.Nuestro anfitrión allí nos recalca que forma parte de la cuarta generación de la familia propietaria del lugar y, cuando coge confianza, nos desvela que el hotel es uno de los lugares preferidos de la reina Sonia de Noruega. Después de enseñarnos mil recodos llenos de historia, especialmente la añeja bodega, nos muestra la sala de una de sus torres. Es un pequeño recinto, de paredes y techo acristalados, donde la reina acostumbra a tomar el café. En invierno, desde este mirador incomparable se pueden contemplar los frecuentes aludes del monte Velure, todo un espectáculo.También nos cuentan que el músico Edvard Grieg fue un asiduo visitante del hotel. «Como en el recinto no había entonces piano, un día los empleados del hotel, empeñados en que tocase para ellos, trajeron uno en vilo desde una distancia considerable. Pero al llegar aquí se dieron cuenta de que el piano no cabía por la puerta. Al final consiguieron introducirlo en una de las construcciones contiguas y escuchar a Grieg mientras caía la lluvia. Debió ser un momento mágico».Paseamos luego entre manzanos en flor por los mismos caminos por donde lo hacía Grieg. Cientos y cientos de estos frutales alfombran las orillas del fiordo. Los primeros los trajeron unos monjes cistercienses en el siglo XIII. Y con tantos manzanos, no podía faltar la sidra. Probamos una muy buena en Hardanger Cideri, cerca de la granja comunitaria Agatunet. Esta granja es un pequeño poblado de casas de madera que conserva un aire medieval. También cuenta con mil recodos añejos el hotel Utne, fundado en 1722. En su pequeño pero precioso restaurante comemos una espléndida trucha asalmonada con salsa de manzana. La gastronomía Noruega es sabrosa y variada. Si uno se deja aconsejar, descubrirá exquisitos manjares.Los amantes de la nieve tienen durante el verano la posibilidad de esquiar por la mañana y bañarse en el fiordo por la tarde. Junto al glaciar de Folgefonna uno hallará buenas pistas y un paisaje deslumbrante. Pero a nosotros nos sorprende una heladora ventisca de granizo que nos transporta a otros tiempos y a otros lugares: Admunsen en el Polo Sur. Caminamos entre inmensas paredes de hielo, pero el frío nos hace desistir pronto. El equipo español de Esquí Alpino, que tal vez pase unos días aquí este estío, seguro que encuentra mejor tiempo.Como el que nos despierta la jornada siguiente. El sol ilumina el fiordo y podemos contemplarlo en todo su esplendor. Subimos a una colina y viendo un paisaje de ensueño nos acordamos de la turista japonesa y de lo bien que sabía plasmar con sus carboncillos el encanto de la naturaleza.